La obesidad es una enfermedad crónica que afecta a más de 600 millones de personas en todo el mundo. No se trata solo de una cuestión estética o de peso, sino de una auténtica pandemia con implicaciones profundas en la salud general y, especialmente, en la fertilidad. En el ámbito de la medicina reproductiva, este es un tema que debe abordarse con seriedad, empatía y evidencia científica.
Un problema creciente con múltiples causas
Aunque existe un componente genético que puede predisponer a una persona a la obesidad (se estima que el riesgo de herencia genética es de alrededor del 40%), el principal factor responsable hoy en día es el estilo de vida: alimentación poco saludable, sedentarismo, estrés crónico y hábitos inadecuados.
Lo más alarmante es que la obesidad se está desarrollando a edades cada vez más tempranas. Estudios recientes señalan que la mitad de las niñas que presentan obesidad a los 6 años continuarán siendo obesas en la edad adulta, lo que multiplica los riesgos futuros para su salud, incluida su capacidad reproductiva.
Obesidad y fertilidad: una relación directa
La obesidad puede condicionar significativamente la fertilidad, especialmente en las mujeres. Cuando comparamos los resultados reproductivos entre una mujer con un peso adecuado y otra con obesidad a los 18 años, la fertilidad puede verse reducida hasta en tres veces. Esto se debe a múltiples factores:
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Alteraciones hormonales que interfieren en la ovulación.
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Resistencia a la insulina, frecuente en mujeres con obesidad, que impacta negativamente en el ciclo menstrual.
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Mayor necesidad de medicación durante los tratamientos de reproducción asistida.
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Menor tasa de éxito en técnicas como la fecundación in vitro (FIV) o la inseminación artificial.
Esto implica no solo mayores dificultades para lograr el embarazo, sino también tratamientos más largos, más caros y con más frustraciones para las pacientes.
¿Deben excluirse las mujeres con obesidad de los tratamientos?
Durante años, algunas sociedades científicas han desaconsejado o incluso denegado el acceso a tratamientos de fertilidad a mujeres que superaban ciertos índices de masa corporal (IMC), bajo el argumento de que las posibilidades de éxito eran más bajas y los riesgos obstétricos, mayores.
Sin embargo, la realidad clínica ha demostrado que esta no es la mejor estrategia. Posponer el inicio de un tratamiento de fertilidad con el objetivo de que la paciente pierda peso puede suponer un perjuicio mayor. ¿Por qué? Porque a partir de los 35 años, la fertilidad femenina disminuye de forma natural con la edad.
En otras palabras: esperar para adelgazar puede no dar resultados, pero sí hará que el tiempo corra en contra de la paciente.
¿Qué podemos hacer?
Las estrategias más eficaces son aquellas que acompañan a la mujer desde edades tempranas, fomentando hábitos saludables y promoviendo la prevención desde la infancia. En mujeres jóvenes, las intervenciones para reducir el peso pueden ser útiles antes de comenzar un tratamiento. Pero en mujeres de más edad, la prioridad debe ser no retrasar el inicio de la reproducción asistida.
Desde nuestra clínica, ofrecemos una atención personalizada, integral y sin juicios. Cada caso es único, y trabajamos para adaptar el tratamiento a las necesidades reales de cada paciente, teniendo en cuenta no solo su IMC, sino también su historia clínica, su edad y su deseo reproductivo.
Recuerda que estamos aquí para ayudarte. Si tienes preguntas o necesitas orientación, puedes escribirnos a:
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